domingo, 14 de mayo de 2017

LESA HUMANIDAD. DOS CERTEZAS



Va a pasarme. A mí, a los de mi tiempo, a los que vendrán. Pero también a Ellos. Un día habrá de suceder.
El último de los genocidas, tal vez alguno  no alcanzado por denuncias e investigaciones, un NN  del otro lado, del que nos llegaron sus crímenes pero no su nombre, su identidad. El último, conocido o desconocido, habrá de morir.

Deslizándose del inodoro al piso en una cárcel, en su casa, en su cueva. Tal vez en su cama, tal vez acariciando a su mascota, a un nieto, tal vez mirando a través de una ventana.

El último genocida que anduvo por estas tierras ya no estará entre los vivos. Será una foto, un recuerdo, un sentimiento que emerge a su nombre, al relato de sus acciones.

Ese día, oscuro, claro, brillante, frío o quizás espeso, como esos días de verano que uno camina con el aire húmedo cerrándose sobre el cuerpo, un día ese hombre o esa mujer, se irá de este mundo que los padeciera,  pero lo suyo no habrá terminado.

El horror seguirá emergiendo sordo, en los temores nocturnos de nuestros chicos, en esa inquietud que invade al adentrarse en la oscuridad, en relatos confusos, de aparecidos, de cuentos infantiles, de ese rumor que sigue, ya sin origen ni tiempo preciso de aquello que refiere. El horror seguirá en el dolor y la sorpresa, mi padre contándome trece años después, a propósito de la curiosidad de los porteños y del peligro, el bombardeo sobre Plaza de Mayo. Ruido y humo a través de una ventana de un décimo piso; ruido y humo ya en el vestíbulo del edificio, balas o esquirlas arrancando trozos de paredes y alguien que se refugió en su solidez, pero a de ratos se asoma como para confirmar lo que el olor a carne quemada y los alaridos no terminan de armarse en su mente. Y mi viejo mirando hacia otro lado mientras me habla, como si en sus ojos yo hubiera podido ver lo que él cuenta.

El horror seguirá en los libros de historia, las novelas, el lenguaje bélico, ese que ya no se nos despega, en las miradas preocupadas de los padres y los viejos. El horror seguirá en el hecho, hoy cotidiano, de alguien que ejerce su poder personal, individual sobre otra persona asesinándola, a veces también a sus hijos, a los suyos, con la excusa del amor no correspondido, de la bronca. O sin excusa. Hechos cotidianos, la bala fácil, el golpe, la tortura, fáciles tras lo habitual del genocidio.  

El horror seguirá. Espero que no en los silencios de los libros de historia, espero que no en esa mirada que a veces rehuye en los padres y los viejos. Espero que tampoco en su repetición, ese volver de los humanos a aquello que ya hicieron y que, como todo lo demás, puede suceder porque ya se hizo. Y quedó. Más oculto para ser prevenido que para devenir en huevo de serpiente. Todo queda.  

La vergüenza. Y el dolor otra vez y el horror y la sorpresa y la imposibilidad de reconocerse en el mismo lugar, el mismo país, la misma sociedad, la misma especie que aquellos que aunque ya no están entre los vivos resurgen en esos crímenes que son su propia identidad.

Eso es la lesa humanidad: una herida a nuestra especie que ya no cierra. Son los genocidas que vinieron a ensuciar nuestra solidaridad, nuestra rebeldía, nuestra generosidad y voluntad, nuestros mejores hábitos, nuestra capacidad de amar, nuestra capacidad de odiar pero "hasta ahí", no más, nuestros sentimientos y recuerdos, todo ensombrecido por su cobardía y su criminalidad, débiles palabras para referir eso que no tiene nombre, que uno puede decir con palabras conocidas, tal es la imposibilidad de expulsarlo de nuestras vidas, tal es la fuerza que lo vuelve a nuestra mente cuando ya parecía enterrado en el pasado. Y avergüenza, confunde, espanta, cierra caminos que sólo pueden abrir los pueblos y su persistencia, que a veces pueden sancionar las instituciones que los pueblos se apropian por momentos, para que nos podamos defender cuando lo oscuro quiere volver bajo la forma de una falsa reparación de un olvido a corto plazo.

Eso es lesa humanidad: que algunos hagan eso que causa espanto, ese que habrá de acompañarnos a todos los humanos mientras nuestra especie siga habitando este mundo. 
Los pueblos de nuestro continente diezmados, las cruzadas, el esclavismo, África condenada a la sangría permanente, Armenia, el Holocausto, los asesinados y enterrados en tumbas aún sin nombre ni reconocimiento en España. Y Vietnam, Libia, Irak. Y otros pueblos que no tuvieron la posibilidad de que se sepa, pero alguna vez se sabrá y aunque no, igual habrá de pesarnos. Y lo que hicimos en Paraguay. Eso que hace que yo, aún no nacido cuando esa invasión, nunca soldado, nunca bajo mando de Mitre ni de la Triple Alianza, tenga que decir "hicimos" y sea verdad, ya que viví en tiempos que, lejos de terminar con la lesa humanidad, la multiplicaron de un modo que hasta la oculta de tanto repetirla. Hasta hay premios Nobel de la paz entre aquellos que ordenaron genocidios

Eso es la lesa humanidad: Delitos cuyo castigo, siempre ínfimo en relación a lo que pena, habrán de revivir en los peores y los mejores momentos de toda la humanidad mientras la humanidad sea. Castigo que no viene a reparar lo irreparable sino a convalidar que la inmensa mayoría, los que no hacemos ESO, nos protegemos para que no se repita, para que haya memoria, para que nuestras vidas y las de los que vendrán sean un poco mejores.

Dos certezas. Una: ningún genocidio se perdona, todo genocida debe pagar hasta el último segundo de su pena. Otra: sólo con memoria, verdad y justicia podemos seguir adelante aún con nuestros fantasmas. Lo demás es hacer una vida que sea tan valiosa que hasta pueda atenuar algo de lo perdido. Y una más, vivimos en el país y formamos parte de un pueblo donde ambas certezas son posibles.

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