Cuando
escuché las primeras noticias sobre un caso de envenenamiento a un profesor por
parte de una alumna, viendo que prácticamente todos los medios deban por seguro
el hecho y culpaban a la alumna, me hice tres preguntas: ¿es cierto? Si lo es:
¿por qué cosas tuvo que pasar esta chica para hacer algo así? ¿Por qué hacerlo
contra un profesor?
En principio
me quedé en las preguntas y decidí no prejuzgar hasta que se difundió más
información sobre el asunto.
Cuando vi el primer reportaje al profesor, sus comentarios sobre la familia de la alumna, sus
“sugerencias” sobre la vida sexual de ésta (“yo sé de sus relaciones…complicadas”
¿Hablar así de una piba de 12 años, de su alumna?) y su explicación de por qué
se lo hizo a él (“Yo la ponía límites”) empecé
a confirmar que había algo más que un episodio de envenenamiento (no
demostrado, además). Por obligación profesional me cuidé de comentarlo. Además
no tenía sentido ir contra un trabajador sin tener elementos, pero todo daba un
tipo sin ningún respeto por sus alumnos, resentido de la vida de éstos,
ampliado como víctima por los medios mientras quedaba en segundo plano su
conducta.
Justo es
reconocer que, al menos en el reportaje que reproduce BAE, Lobo de TN, tan proclive
a acentuar los planos más sórdidos de la
noticia (“¡estuvo en terapia intensiva! ¡tuvo síntomas!”) se tomó el trabajo de
preguntarle en un momento si había tenido problemas él con la alumna. De todos
modos se contentó con la primera respuesta y siguió construyendo el nuevo caso
de adolescente peligrosa.
Pasa un día
y emerge lo que había quedado en segundo plano, alumnas anteriores que
denuncian acoso, violencia, en escuelas de las que Porro se tuvo que ir una y
para vez, siempre sin que quede constancia de denuncia. El secretario de UDOCBA,
además, sin esperar a que se presenten testimonios y la justicia haga su
trabajo, sale a defenderlo (¿por qué? ¿vale
más la palabra de un colega que la de varias alumnas que lo tuvieron de
profesor y –en un caso- lograron que deje de darles clase mediante medidas de protesta?)
Ahora, si las acusaciones que van apareciendo
prosperan, los medios se lanzarán sobre el chacal (o el apodo que se les
ocurra). Si no prosperan seguirán con la “adolescente envenenadora” (se
compruebe o no la presencia de veneno). En ambos casos su discurso tendrá la
enjundia suficiente como para meter debajo de la alfombra su papel generador de
este tipo de situaciones, su construcción del joven (sobre todo del joven con familia
y vida precaria) como peligro del cual cuidarse, su hábito de condenar y
victimizar sin pruebas.
Hay que
decirlo, los violadores no son producidos por los medios, tampoco la agresión
irreflexiva. Supongamos por un momento que ninguno de los dos haya hecho nada reprobable
y que todo fuera una gran confusión, que ni la piba envenenó ni Porro abusó. ¿Quién
podría y cómo rescatarlos del lodo al
que los arrojó el tratamiento que los medios hicieron del caso?
A cada
momento nueve de cada diez programas legitiman una lógica de la no lógica, del
vale todo, de la afirmación sin argumentos, la denuncia sin prueba, el chisme
como sustituto de la investigación y la noticia, la desconfianza del otro antes
que la solidaridad y el respeto por el más postergado, el victimario como
víctima y viceversa, no de acuerdo a los hechos sino de acuerdo a los
prejuicios del que habla o aquellos que haya que promover ese día. Si esto es
reprobable en cualquier época, lo es más cuando desde el Estado se promueve
medidas y un discurso tendiente a hacer del prójimo un semejante, alguien con quien
compartir. Pero la maquinaria de medios ocupa buena parte de la atención
cotidiana de la población y por ende siembra al menos confusión sobre valores
que tenían cierta solidez antes del genocidio y el menemato.
Ni qué
hablar del machismo que chorrea en sus discursos: si Porro fuera culpable ¿con
qué discurso y con qué lógica podrían criticarlo programas donde las mujeres
son reducidas casi a servidumbre mientras un “conductor” comenta al pasar que
reventaría a una de ellas porque tuvo la dignidad de negarse a que le acorte su
pollera mediante una tijera?
Entre tanta
hojarasca queda oculto, además, el contexto institucional de este caso. Escuelas
que no dejan constancia de denuncias, comisarías que no toman denuncias. Alguien
hace la vista gorda por motivo corporativo, alguien por no tener problemas,
alguien porque reprueba el estilo de vida de los pibes de hoy. ¿Quién si no las
jóvenes son la primeras víctimas de estas lacras institucionales? El
sometimiento de la mujer es la matriz en la que se recrean todos los sometimientos.
Avanzamos a ponerle coto, pero la vida cotidiana lo recrea una y otra vez, como
hábito institucional, como prejuicio social y familiar, a veces hasta hay quien quiere definirlo como forma de amor.
Total: hacer lo posible para que se pueda investigar y llegar a una conclusión cierta sobre este caso.
Mantener la mirada atenta para que, si realmente hubo abusos no terminen otra
vez ocultos tras un mueble.
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