martes, 30 de julio de 2013

La Escuela 12 de Moreno; un gesto y una década

¿Alguna vez el discurso de un presidente se cruzó con tu vida y fue buena noticia?
Ayer lunes Cristina nombró a Vicenta Castro Cambón. Después de treinta años volví  a escuchar el nombre de esta mujer que tuvo una vida dura, de padecimiento físico y supo enfrentarla como escritora, poeta y realizadora.
En 1983, al quedar a cargo de 5º, 6 y 7º grados en la Escuela 12, barrio (si mi memoria no me engaña) Los Paraísos, Municipio de Moreno, supe de Vicenta. La escuela tenía su nombre y de algún modo el lugar y ella se correspondían.
Quince cuadras de tierra desde la vieja ruta 7, patio de tierra, un par de aulas y la dirección. 
Iban en su mayoría hijos de personas que cortaban el pasto y/o hacían el trabajo doméstico en las casas quinta de La Reja. Pobreza, desempleo, chicos con hambre, familias desplazadas de todo y esa rara sensación de algo siniestro rondando que crearon los años de la dictadura. 
Al entrar al aula tras la obligada formación en el patio me llamó la atención el silencio de los pibes frente a la presentación del maestro nuevo por parte de la directora. Cuando quedamos solos les conté que vivía en Moreno, que había trabajado como maestro hacía unos años. Claro, no podía contarles que había salido en libertad cuatro meses antes y que aún estaba bajo el régimen de libertad vigilada. Más bien incumpliendo ese régimen, ya que me asignaron el perímetro del pueblo de Torres como espacio dentro del cual podía desplazarme y yo estaba en esa escuela, a unos 40 km del pueblo y la casa de mis viejos, a unos diez de la casa que compartìa con mi pareja de entonces. 
La cosa no parecía progresar: cada uno me deba su nombre y volvía al silencio. Tras mi saludo y la aclaración de que podían llamarme Mario, el silencio se hizo mas espeso: ojos inquietos, bocas cerradas en esos veinte pibes de todas las edades imaginables que me miraban tras sus pupitres.
Dejo pasar un rato y pregunto "bueno ¿qué pasa? ¿alguien quiere decirme?"
Una piba de unos trece años levanta la mano, vacila un momento y luego dice  "Ud. ¿pega?".
Conteniendo las ganas de abrazarlos a todos, sólo le digo que no, que nunca le pegaría a un chico, que nadie debe hacerlo. "La directora sí", replican varios. 
"Bueno, desde ahora nadie va a hacerlo" les digo y veo que no se trata de palabras: van a creerlo sólo y sencillamente si no vuelve a pasar. 
Comienzo a preguntarles qué están aprendiendo en cada grado, les propongo actividades, voy y vengo por el aula mirando cuadernos, actitudes, indicios de cómo son estos chicos, cómo es su vida, la de sus padres, los modos de hablar , de sentir y actuar en una sociedad de la que estuve aislado durante casi ocho años y medio.
En pocos meses ya los quiero casi como a hijos, como quiero a los alumnos de segundo grado que veo a la tarde en la escuela 7, de La Reja. Menos pobreza, asfalto, importante edificio para la zona y la época. También un director que me abrió sumario por no usar corbata, por permitir que los pibes me llamen Mario y jueguen a tirarme al piso entre todos en la hora de gimnasia.
El sumario pasó, la dictadura ya no era le que fue y las elecciones de octubre parecían inamovibles, así que me permití una esperanza: que ese baño de ternura y vida que me llegó con que la docencia y compensaba años anteriores duraría,no tendría fin. 
Tampoco tenía fin el barro de las lluvias invernales desde la ruta a la escuela 12 y su patio. Pero hasta eso tenía su compensación: directora que se jubila, nuevo director, más joven que yo, prolijo, muy formal, pero con un gran respeto y amor por las pibas y pibes de Los Paraísos. Un día entra al aula y estoy explicando que si no se sabe sumar, restar, multiplicar y dividir, no van poder tener buenos empleos, menos defender su sueldo, saber si le están pagando lo que deben. Así que aunque les cueste voy a seguir haciéndolos practicar hasta que aprendan y se sepan hacer valer. Les guste o no.
El joven director se va en silencio. al otro día pregunta si creo que me entienden, que hego bien. Le digo lo que realmente creo: que no se si me entienden, pero sí se que algún día se van a enfrentar esa situación y sería bueno que alguien los haya prevenido. Pareció quedar conforme.
Llegaron las vacaciones de invierno y el primer día de vuelta las aulas me llaman de la Jefatura de Inspección a Moreno. Una nota de la dirección General de Escuelas de la Provincia, corta, escueta, "En aplicación del artículo 8 (...) aptitud psicofísica e idoneidad moral (...) cesar en su cargo a...". Al fin de cuentas aún estábamos en dictadura, así que pregunté qué podía hacer y me informaron: escribir un descargo y seguir trabajando hasta que llegara una respuesta fundada desde La Plata. 
A los tres días nueva llamada. Esta vez no había papel, sólo caras preocupadas en inspectores y empleados: "nos llamaron y dijeron que si sigue en las escuelas nos echan a todos". 
Al menos no me venían a buscar a casa invocando la vigilada, tampoco nos chupaban a mí y mi compañera, también ex presa e infractora de la zona asignada. Moreno había sentido lo peor del genocidio en decenas de desaparecidos, muertes, arrasamiento de barrios. Faltaba tiempo, reparación, años de democracia para que el sano ejercicio de ir contra la injusticia se generalice. Así que les digo que no se preocupen, que ya se iría la dictadura y se podría terminar con esas situaciones sin jugarse el empleo o la vida. 
A las escuelas no volví. Pensé, pienso, que con las familias de mis alumnos y mis compañeros de escuela las represalias podían ser más duras. También sé ahora que no hubiera podido resistir las caras de los pibes, las preguntas sobre si volvería, esa nueva decepción que agregaba a su experiencia.
Y había que sobrevivir, buscar empleo con el que pagar alquiler, comida. Diciembre me encontró en la Capital, trabajando por la vuelta de exiliados, a la búsqueda de compañeros perdidos, de un lugar donde militar, volviendo a la facultad como docente y como alumno. Y en ese ir y venir los días se hicieron meses, los meses años, un día me encontré ya padre, recién recibido y de vuelta a Moreno, con otro empleo, con otra profesión. 
Hoy Cristina dio a conocer las obras de refacción de la escuela 12.   Veo la foto del comedor y es más grande que la escuela de mi recuerdo. La nueva escuela que merecen los pibes y familias de aquellos barrios.. Gente que antes de estos tiempos de reparación, inclusión, memoria justicia, tuvieron que padecer al menemismo, la inercia final de De la Rúa y lo sobrellevaron como siempre: sacrificio trabajar en lo que se pueda, poner un sueño en el día después, volver a intentarlo una y otra vez. 
Hoy aquellas pibas y pibes deben pasar los cuarenta. Habrá entre ellos quienes son padres, madres y hasta abuelas.  No sé que pudo quedar de aquellos tres meses de mi magisterio en sus vidas. Tres meses suenan a nada ante treinta años.
Ignoro si hubo alguno de ellos entre quienes hoy vieron la escuela mejorada, o entre quienes trabajaron para dejarla a nuevo. Seguramente irán a esa escuela hijos y nietos de aquellos alumnos que no pude volver a ver nunca. 
Una madre, Viviana Benítez, le escribió hace un par de meses a la presidenta sobre las necesidades de la escuela a la que van sus hijos. Las mejoras se realizan.
A diferencia de aquellos tiempos estos pibes tienen otro presente y un futuro palpable. La institucionalidad no se erige ante ellos como una fortaleza enemiga, la presidenta les habla como amiga, casi como madre, siempre como compañera. 
Treinta y un años de no ver Los Paraísos y un gesto de Cristina, mínimo en relación a lo conquistado en esta década, me vuelve a aquellos días. 
Algo del pasado cambia en mi presente, algo de aquella pérdida se repara. 

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